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(Imagen tomada de la red) |
Ya se ha ido. Tampoco éste tuvo clemencia.
Quise atraparlo en el breve instante en que,
acurrucada en mi regazo, te dejaste acariciar el pelo,
y me pediste que encendiera la radio.
“Pon música”, dijiste.
Y cuajada de crisis, miseria, quebrantos,
desfiló ante mí una rueda de emisoras baldías.
“Ésa, deja ésa.”
Un arpegio. Una guitarra. Tu respiración. La mía.
Fuera, sólo la niebla.
...